viernes, 2 de noviembre de 2012

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      Sólo recuerdo que me quedaban 10 euros, y 6 tickets de metro. Teníamos que ir siempre con un profesor, así que en aquella tarde, donde en pleno marzo la luz se había tornado cálidamente otoñal, aprovechando un rato libre destinado a comprar, me separé del resto del grupo y me dejé guiar por mi mapa repleto de marcas. Con los cascos puestos y Yann Tiersen de fondo, corrí, me adentré en aquel laberinto de gargantas y escaleras mecánicas, el suburbano de París. Destino tras destino, proceso en el cual llegué a sentirme parte de aquella ciudad, veía cómo se iban consumiendo los tickets, me compré un croissant en La Gare De L´Est, miré bajo el fotomatón, reboté piedras, interactué con la ciudad, recogí pétalos de un cerezo (que aún conservo), y me sentí completamente sólo, pero a la vez pieza clave en aquel entramado tan caótico, exótico, y por qué no decirlo, morboso.

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