sábado, 1 de septiembre de 2012

Sandra.

     Sí, ya sé que es bastante raro en mí despegarme de mi ego, y dedicar algo de mi tiempo a alguna persona, pero considero muy oportuno escribir sobre las pocas personas que, después de tantos años siguen en el mismo lugar, con quienes el trato no ha cambiado.
      A esta pequeña rubia, la cual se quedará pequeña, muy a nuestra pesar, le han tratado, la verdad, no tan bien como se merecía. Una de sus mayores virtudes, o, defectos para mucha gente, es que suele pasar desapercibida, aunque desde luego, no es de las personas que mantienen la compostura cuando no está de acuerdo con alguien. Nos conocimos en tercero de primaria, justo cuando me salté el curso. Sí, aquel grupo formado por ocho niñas y dos niños, inseparables decíamos por aquel entonces. Todos dispersos, desde luego, con el paso de los años y las peleas, o simplemente, la pérdida de afinidad, y un cierto poder adquirido al pasar al instituto. Esa sensación de libertad, de poder dejar de lado el pasado, y poder empezar, no de cero, porque es imposible, pero sí empezar de dos, o de tres.
     Pues bien, creo que hemos estado en la misma clase un par de ocasiones sólo, y en clase somos horribles, nada más que peleas y piques, pero lo bueno, es que nunca nos queda nada de rencor. Liberamos todo, no nos reservamos las cosas. Compartimos algunas opiniones, aunque desde luego, menos de la mitad. Aunque no sea algo que salte a la vista, tenemos bastantes cosas en común, porque desde luego, si no fuera por ello, tras esas largas esperas de ``Javi, bajo en un minuto´´, le habría mandado bastante lejos hace unos cuantos años.
      Porque sí, desde luego no he conocido a persona más impuntual, pero me alegro mucho, de ver que conservo todavía a alguien desde hace tantísimo tiempo.
      

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