martes, 1 de noviembre de 2011

Laroles.

  Que ahora las cosas me van mal no es ninguna novedad,  no me crea ninguna barrera, tan sólo me hunde en mis ratos libres, los cuales, por fortuna, no abundan. Tampoco ha impedido que haya llorado de felicidad. Habría que retroceder 3 días para comprenderlo.
    Situación: Viajo en  un coche con techo de cristal, puesta de sol, nubes grises, las ventanillas de la parte delantera abiertas de par en par, un viento bastante intenso en la parte trasera, y dos compañeras de viaje. Sí, creo que fue entonces cuando decidí cortarme el pelo, y no ha salido muy bien la cosa... Y ahí, en el asiento del copiloto, una mujer con el brazo sacado por la ventanilla, mientras las serpenteantes curvas parecían querer privarnos de las vistas del este, donde un rojo intenso le quitaba protagonismo a las amenazantes nubes. Una mujer, de cuarenta y pocos años, con la música a todo volumen, haciendo juegos de manos con la luna, creciente. Creo que fui cómplice de su felicidad, miré al retrovisor izquiero, y pude ver su sonrisa maravillosa. Nunca me había imaginado a alguien de esa edad haciendo cosas tan propias que asigno a mi persona. Esa misma mujer ha recorrido muchos más kilómetros que el resto de ocupantes del coche juntos. Esa misma mujer, que víctima de su inoportuna apendicitis, había podido contemplar el interior de un hospital ruso, justo cuando se disponía a embarcarse en el Transiberiano, el sueño de su luna de miel, con un marido, que había saltado los muros del hospital de una Rusia  aún comunista. Y de fondo, con una calidad exquisita de audio, en un coche que no parecía que se estuviese moviendo, Silvio Rodriguez.
   Se me saltaron las lágrimas, y me quedé embobado, viendo la facilidad con la que esa mujer jugaba con el tiempo.

2 comentarios:

  1. Es que si tiene que haber un broche de oro, tiene que ser de Silvio

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  2. Eso es lo que me pasa a mí con Alicia :D.
    PD: era el retrovisor derecho aay la dislexia

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